Eliana entra a un pequeño café ubicado en una esquina céntrica de su ciudad. Se acerca lenta y pesadamente al mostrador, su avanzado estado de embarazo le impide moverse con ligereza y destreza. Una vez frente al aparador lo inspecciona con mirada juguetona, pasando de una golosina a un panecillo y de éste una rosquilla. Luego de un corto momento levanta la cabeza y se dirige al empleado del café: -quiero un pastel de pollo y una malteada de vainilla- dice.
Y se dirige a una mesa que está al lado de una de las ventanas del recinto, donde pretendía mirar a la gente pasar mientras disfrutaba de su merienda. Sin embargo, lo que atrae su atención es el televisor que se encuentra ubicado en la esquina que queda justo en frente de ella. Eliana mira el aparato, se concentra en lo que proyecta, es como un librero de novelas de acción. Cuando llega el empleado con su pedido, Eliana le agradece y cancela inmediatamente.
Para estar más cómoda ella decide quitarse los zapatos. Sube sus pies en la silla del frente, pues no tolera un momento más el dolor y la hinchazón de sus piernas. Así permanece largo rato, alrededor de una hora, cuando se da cuenta por las luces de los carros y los pequeños faros de la calle de que ya es de noche. Con suavidad baja los pies de la silla y se calza mientras con un gesto alegre levanta la mano y se despide del empleado.
Eliana sale del pequeño café a eso de las 7:00 p.m., camina hasta la avenida más cercana y allí para el bus que la lleva hacia su vivienda. Preocupada por la hora y porque su esposo ya debía haber llegado a su casa, Eliana se baja del bus antes de tiempo, por lo cual se ve obligada a caminar más o menos siete cuadras. Ya lleva un pequeño tramo del trayecto cuando decide coger un pequeño atajo. Un callejón muy transitado de día, pero que después de las 7:30 pm está desolado.
Eliana camina un poco insegura por el estrecho camino, cuando un joven da vuelta en la esquina y entra al callejón. El hombre, que es alto, desgarbado y lleva puesta una chaqueta desgastada y roída por el uso se acerca cada vez más a Eliana. Ella como puede y a lo que sus piernas le dan intenta acelerar el paso, pero no lo consigue. La angustia va creciendo cada vez más y más, ella no lo había notado antes pero el joven lleva un paquete extraño en la mano. La angustia se convierte en temor, el temor en desesperación y es en ese momento, cuando sin aviso previo llega un dolor intenso y punzante a su vientre, tan intenso que la obliga a doblar y a casi caer al piso.
Para cuando Eliana comprende lo que le está pasando e intenta sobreponerse, aquel joven extraño y de presencia sospechosa está encima de ella. –Señora, se encuentra bien, mi nombre es Mauricio, ¿Qué le sucede?, ¿En qué le puedo ayudar?- le dice. Ella entre dientes, entre el asombro, la duda y el dolor, le dice que necesita con urgencia ir a un hospital.
Cuando Eliana vuelve en sí está en la sala de maternidad, su voluminosa barriga ha disminuido en tamaño y siente como si se hubiese liberado de un gran peso. Gira su cabeza, a su lado en una pequeña cuna reposa su pequeño hijo. Mientras a la distancia, en las sillas de la entrada, ve a su esposo y al joven que le salvó la vida a ella y a su bebe, conversando animosamente. Y desde ese momento Eliana supo que nombre debía llevar su pequeño hijo.
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