Una mañana, tras una larga, tortuosa y tormentosa pesadilla, Daniela se despertó convertida en una mal forma y esplendida piedra. Estaba tendida sobre su duro y compacto organismo y, al mirar el lugar en donde debía estar su cuerpo se vio sumergida en las profundidades de sus propias entrañas. En vez de tronco, brazos, piernas u algún otro órgano se encontró con que era iridiscente y sus divertidos y curiosos colores estaban rodeados de una inmensa transparencia, desde la cual pudo ser consiente de que aun estaba en su habitación. Quiso gritar, quiso salir corriendo, pero no pudo; ¿Habría muerto?...
Deseó despertarse de aquel sueño tan insólito y se encontró con que era realidad. Contemplo su habitación, en busca de algo que le indicase que esto era una mala jugada de su subconsciente, causada por el cansancio y continuo estrés con el que debía vivir. Pero… ¿era su habitación? sí, efectivamente lo era y para su lamento carecía de algo engañoso. Todas sus cosas estaban en el lugar que ella les había impuesto, allí, inmutables, sombrías, aterradoras.
Todo le era familiar pero a la vez recóndito, tan frio, tan solido, incluso ella; sólo aquel ruido constante e incansable le hacia ser consiente de su propia presencia y la ausencia de lo que la diferenciaría de un objeto su corazón, ese que le daba vida. Maligno objeto que marcaba las 6: 30 de la mañana, había logrado sobrecogerla en un sentimiento de zozobra, impotencia y desesperación.
De repente, la manivela de la puerta se giró, sólo para dejar a la vista la cara de desconcierto y desolación de sus padres. Su madre que al parecer ya había ingresado al cuarto con anterioridad, se acercó a la cama con el rostro envuelto en lágrimas y la señaló. Su padre se arrimó cautelosamente y la tomó entre una de sus manos, mientras la otra sostenía una hoja que yacía a su lado; una exclamación seguida por un reproche: no, no es posible, como es posible, su hija, su única hija, se había ido para nunca regresar. Sólo quedaban aquellos vestigios, la hoja, que sabe Dios que decía y aquella exquisita piedra, para hacerles compañía.
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