jueves, 5 de agosto de 2010

Un lobo muy hambriento

Eran más o menos las nueve de la mañana cuando me desperté de un largo y poco confortable sueño. Luego de un rato de estiramiento me dispuse a pasear por el bosque a ver que bocadillo encontraba. Llegue a orillas del rió y comencé a beber, a ver si así por lo menos calmaba aquella tormentosa y agobiante sensación de hambre, pues haciendo cálculos ya llevaba como tres lunas sin comer, sabe Dios que patraña había en el bosque pues no se veía, ni se olía o escuchaba ni siquiera un ratoncillo.


Estaba hay inmerso en mis pensamientos, cuando mis orejitas me indicaron que alguien se acercaba. Ese sonido, si ese sonido aunque tenue es inconfundible. Eran pasos de un humano, pisadas inquietantes y destructivas. Y esto complementado con una intolerable cancioncilla que retumbaba en mis orejas como si fueran grandes timbales. A pesar de esto, eso significaba comida así que me dispuse a averiguar de donde exactamente provenía esa voz y a quien pertenecía.


Me acerque cuidadosamente, asegurándome de que mis patitas hicieran el menor ruido posible. La encontré en un claro al lado del camino recogiendo flores, era una niña pequeña pero sin ninguna duda seria un gran aperitivo. Me escondí detrás de unos arbustos y espere a que estuviera cerca. Si embargo me dio curiosidad saber que hacia en el bosque y así pensé enfatizar un poco con mi víctima.


Entonces Salí como quien no quiere la cosa y le pregunte con voz amable, suave y embelesadora: - que hace una linda niña como tu sola en medio del bosque, en un día tan esplendoroso como este?- A lo que desprevenida la niña me respondió: -le llevo golosinas, frutas y manteca a mi abuelita que se en cuenta sola y enferma-. En ese instante se me ocurrió una esplendida idea, esto será mas fácil que matar dos pájaros de un tiro me dije y así volvía preguntar: - ¿donde vive tu abuelita?, dime y así podría ir yo también a visitarla-. A lo que respondió la ingenua niña: -su casa se encuentra justo al final del bosque-.


Sin pensarlo dos veces decidí enviar a la pequeñas por el camino más largo para poder realizar mi maravillosa estratagema. Le dije por ultimo: - si quieres llevarles flores realmente hermosas a tu abuelita y llegar más rápido toma ese camino, en el cual abunda las flores y las frutas silvestres-. Contenta, por lo que ella pensaba le iba ahorra un buen tramo de camino, además de poderle hacer un maravilloso ramo a su abuela se fue por aquel camino sin dudarlo siquiera.


Me despedí cordialmente y me encamine a la casa de la abuelita, a lo que daban mis patas y mi escasa energía. No podía dejar de pensar en el gran banquete que me iba a dar, ya casi lo podía saborear y se me hacia agua la boca. Al poco tiempo llegue a una casita con grandes ventanas desde las que pude observar a la abuela y por la que me colé cautelosamente. Cuando se acerco a cerrar la ventana me la engullí sin pensarlo dos veces, a pesar de que su carne no era tan jugosa y estaba magra.


Rápidamente corrí a esconderme bajo las sabanas de la cama de la abuelita y me puse su gorro para dormir. Supe por mi nariz y por mis orejas que la niña no estaba muy lejos a si que pe dispuse a esperarla, mientras imaginaba lo tiernas y dulce de su carne.


Cuando llego golpeo la puerta con suavidad y pregunto con esa voz insoportable y chillona: -abuelita ¿estas ahí?-, como pude importé mi vos para hacerla mas decrepitante y suave, y respondí:- si queridita, sigue-. La niña que era más tonta e ingenua de lo que pensé, me miraba con cierta curiosidad y extrañeza, pero aun así no notaba el engaño. Torpemente se acercaba a mí y comenzó hacer una serie de absurdas preguntas.


La niñas decía: -¡oh!, abuelita. ¡Que manos tan grandes tienes!-. A lo que yo respondí: -son para acariciarte mejor-. La intolerable niña seguía haciéndome preguntas con respecto a mi fisionomía, mientras yo repondría lo que se me ocurriera pues solo esperaba el momento en que se acercara lo suficiente para podérmela cenar.


No aguantando más sus incesantes cuestionamientos, deje que pronunciara sus ultimas palabras que fueron: -abuelita, ¡que dientes… que dientes más grandes tienes!-, a lo que respondí: -son para comerte mejor- y me la trague de un solo sopapo. Su carne, como había pensado 3ra más tierna y jugosa, fue todo un gusto ese gran banquete el que medí a cuesta de esa ingenua niña.


Luego de semejante comilona incluso podía invernar, así que me dirigí a mi cueva a descansar, y como dicen popularmente: -estomago lleno corazón contento-.




Nota: esta es una adaptacion del cuento de caprusita de Perrauld, desde el punto de vista del lobo.

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